Cuando Cenicienta eclipsa a las que tenían que brillar.

Llevábamos varios años con la cantinela de cuando recalaría Kylian Mbappé al Real Madrid. Era la eterna comidilla del mundo futbolístico.

La megaestrella, a la que se le auguraba un tronío para los siguientes diez años.

Cifras mareantes y un reiterado voy, pero no voy estiraron el culebrón hasta incluso el punto de que el PSG rechazase una oferta de 200 millones y el jugador que hasta ese momento parecía moverse por sentimientos ajenos al dinero y prefiriese su condición de madridista, truncasen lo que parecía hecho.

El Madrid se dispuso a sobreponerse y cambiar su estrategia fichando a jugadores de equipo. Jugadores buenos, pero no megaestrellas.

Kamabinga o Rudiger son ejemplos palmarios de buenos jugadores, solventes y con calidad que junto a otros fichajes y los Modric, Kross, Valverde y compañía deberían mantener un bloque fuerte.

Y entre los fichajes estaba un jovencito. Jude Bellingham, un veinteañero que muy pronto se destapó como un portento.

Jugador increíblemente maduro, con gran clase, visión de juego, regular y por si fuera poco con mucha pólvora.

Un jugador que muy pronto eclipsó al sueño irrealizado. Y es que el Madrid tiene un jugador top, joven y encima con carisma.

Un jugagorazo que, sin contar con ello, acaba haciendo olvidar al francés y se erige en buque insignia del Madrid.

Y es que Bellingham hace jugar al equipo a las mil maravillas.

Y es que la vida a veces tiene giros tan inesperados como increíbles.

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